El mentalista Francisco de Oliveira habla todos los jueves a eso de las dos y media en la audición radial que conduce Rubens Failache desde hace más de treinta años. Francisco y Rubens se conocen bastante, se podría decir que son íntimos, pero prácticamente ya no se dirigen la palabra fuera del aire.
Antes, en la primera etapa del programa, cuando se llamaba "Melodías con Mayúscula", Rubens no se dejaba acompañar por nadie, por cierta cuestión mística que se le había pegado por algo que le pasó en la escuela. Un jueves frío del año 1965 la maestra solicitó a sus alumnos que hicieran un trabajo relacionado con la naturaleza, algo que hablara de nuestras tierras, o las aguas. Rubens tenía diez años y se lo tomó en serio, hizo una parada en la despensa Raúl, y sin llegar a su casa se fue directo hasta el Río Yí. Entró por uno camino medio secreto que conocía de las veces cuando había prueba de matemáticas y se escondía por esos pastos. Ahora en plena primavera habían crecido bastante, lo cual dificultaba llegar corriendo hasta el agua. Por fortuna, Rubens recordó la navaja que llevaba siempre en la cartuchera y que hasta ahora, nadie había descubierto. Cortaba fenómeno, la usó como espada, tomando valor en cada corte que lo acercaba a la orilla. Casi cansado de manotazos como a las siete llegó y sin pausa se zambulló.
Luego de breve descanso, extrajo algo así como el equivalente a tres baldes y los metió en una bolsa de nailon que había pedido prestada en la despensa de su tío Raúl. Cuando terminó de volcar todo el líquido en el recipiente se limpió las manos en la ropa y le hizo un nudo. Con mucha dificultad logró levantarla para asegurarse de no encontrarle agujeros que le hicieran perder toda el agua en la caminata de vuelta. Por suerte no, la bolsa permanecía hinchada y reluciente como cuando se la mostró su tío, en esa ocasión llena de vino.
Cuando bajó un poco el sol, la subió al carro y volvió a su casa contento. Estaba seguro de un sobresaliente, por lo menos. No podía esperar que fuera mañana para ponerse la túnica y colocar su gran hallazgo sobre el escritorio de la maestra. Imaginó inclusive un aplauso, besos, algún tipo de beneficio extra como no tener que ir por una semana, luego de tanto esfuerzo. Rubens se negaría rotundamente a todo tipo de premios, le bastaba con haber cumplido con la tarea y así más o menos había escrito en una hoja de cuaderno todo lo que a modo de respuesta le expresaría a la señorita y a todos sus compañeros.
A las siete ya estaba despierto. Lo primero que decidió hacer, luego de abrir los ojos, fue controlar el nudo de la bolsa y el fondo. Rubens había tenido bastante mala suerte con objetos que se le habían caído o dejado de funcionar, muchos para ser casualidad. Pero no, la bolsa brillaba arriba de la cómoda como regalo de cumpleaños.
Se puso la túnica rápido, no desayunó, antes se peinó con saliva, y metió la bolsa en el carro. Fue despacio porque todavía era temprano. Iba a llegar un poco antes que sus compañeros y colocar la bolsa a un costado de su banca. Tal vez la directora y la cocinera participaran de toda de su travesía. Nadie más.
El timbre lo sobresaltó más que de costumbre, simplemente porque estaba un poco ansioso, y también, porque pensó que una vibración de ese tipo podría actúar de forma negativa contra esa tela transparente y muy delgada que protegía su trabajo de clase. Sobre las once y media, muy tardíamente para Rubens, la señorita Estella pronunció su nombre, pero antes de terminar el Failache, Rubéns ya se había levantado y ahora estaba junto al pizarrón con la tremenda bolsa de agua tomada del puño izquierdo. La elevó lo más que pudo, considerando que algunos compañeros del fondo no pudiesen apreciarla en su totalidad, y comenzó a explicar con lujo de detalles el origen del agua....Continuará
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